En 1956, el renombrado físico David Pines propuso la existencia de una partícula singular, el «demonio» a la cual también se conoció como «demonio de Pine», resultado de la combinación de electrones en ciertas condiciones. Esta partícula, a diferencia de los electrones normales, carecería de masa, sería neutra y no interactuaría con la luz. En el avance del conocimiento ya desde la filosofía y luego los quehaceres científicos llamaron demonios a todos aquellos problemas que presentaban mayores dificultades a sus comprobaciones. Estos ‘demonios’ resultarían en paradojas, leyes antinaturales o simplemente, hipótesis cuyas condiciones generaban situaciones imposibles de darles una realidad lógica. David Pines intuía la existencia de un fenómeno, que describió como una problemática posible y se mantuvo como un misterio hasta que, un equipo de investigadores de la Universidad de Illinois accidentalmente comprobó que la propuesta teórica de la ‘partícula demonio de Pines” era cierta
la tan intrigante partícula «Demonio» representa un hito en la exploración de los límites de la física y marca un paso importante hacia la comprensión de las complejidades de la materia a niveles de observación posible. Desde ese momento, expertos en el campo han especulado sobre su papel potencial en el comportamiento de diversos metales, sin embargo, la escurridiza partícula había permanecido invisible desde su predicción original. El equipo de investigadores liderado por el profesor de física Peter Abbamonte, de la misma universidad, ha logrado desentrañar el enigma del «Demonio». Mediante el uso de una técnica experimental poco convencional, estimularon directamente los modos electrónicos (excitación de partículas) de un material, lo que les permitió detectar la firma característica del Demonio en el Rutenato de estroncio metálico. Abbamonte señaló que «los Demonios han sido una conjetura teórica durante mucho tiempo, pero nunca habían sido explorados por experimentadores. De hecho, ni siquiera estábamos buscándolos. Pero resultó que estábamos en el camino correcto, y finalmente los encontramos». Uno de los aspectos más sorprendentes en la física de la materia condensada es cómo los electrones, en estado sólido, pierden su individualidad. En un fenómeno impulsado por fuerzas eléctricas, los electrones se unen y forman estructuras colectivas que, en ciertas circunstancias, pueden fusionarse para dar origen a partículas compuestas llamadas plasmones. Estas partículas poseen nuevas cargas y masas influenciadas por las interacciones eléctricas subyacentes. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estas partículas resultan demasiado pesadas para formarse a energías disponibles en temperaturas ambiente. Pero Pines pensaba diferente y presentó una excepción a esta norma. Argumentando que; “si un sólido contenía electrones distribuidos en varias bandas de energía, como en muchos metales, los plasmones podrían sincronizarse en una configuración desfasada que daría origen a este demonio una nueva partícula, neutra y sin masa. Esta característica física eximía al demonio de las restricciones de la masa, permitiéndole existir a cualquier temperatura. Esta teoría abrió la puerta a la idea de que estos demonios podrían tener un impacto significativo en el comportamiento de los metales de múltiples bandas. Los supuestos en los cuales existe este demonio lo hacen prácticamente invisible en los experimentos convencionales de materia condensada que se basan en la interacción con la luz para medir propiedades ópticas. Abbamonte explicó que «la mayoría de los experimentos se basan en la interacción con la luz, pero dado que los demonios son eléctricamente neutros, esta interacción es inexistente». Esta dificultad llevó al desarrollo de un enfoque completamente nuevo para su detección.